viernes, 3 de octubre de 2008

El raro




Yo tenía quince años y él traspasado los dieciséis. Lo veía todos los domingos delante de la iglesia, siempre en la misma esquina, esperando el momento en que el párroco de aquél templo de pueblo abriera las puertas para entrar a misa. Ignoro si era profundamente religioso o asistía para justificar la asistencia, casi obligatoria, que nos marcaban los dominicos de entonces. Siempre estaba solo, siempre mirando al suelo, con una palidez casi enfermiza cubriendo su cuerpo larguirucho y desmadejado. Me fui enamorando a lo largo de aquel invierno sin saber que era amor el cosquilleo que me invadía. Soñaba cada noche con perder los dedos entre aquel cabello negro y devolverle una vida que parecía escapársele por las ventanas de sus tristes ojos verdes. El comentario de mis amigos; “… ahí está el raro, sujetando la misma pared del domingo pasado..” Y luego reían. Y yo reía porque ellos reían, pero por dentro se me encogía el pecho. No hice nada. Nunca. Eran años adolescentes, inmaduros e influenciables, donde lo importante era estar en el grupo de iguales y ajustar nuestras acciones a las reglas implícitas que regían líderes que nadie había votado. Y así pasó el año, o quizá dos, no lo sé, porque cuando se vive tan intensamente, el tiempo tiene otra medida. Yo me fui a otra ciudad y él se quedó allí mucho tiempo. Pasaron unos cuantos años y mi vida se fue llenando con otras vidas y esos mil quehaceres con los que de adultos justificamos la existencia del día a día. Hasta que otro domingo el azar me hizo volver a pisar aquella iglesia para asistir a una boda. Pregunté por él. Ha muerto, me dijeron. Se había suicidado con una sobredosis de heroína. Murió solo. Nunca le conocieron amigos ni pareja. Ni siquiera llegué a saber si le gustaban las mujeres o los hombres. Eso ya no importa mucho ahora.
Cuando salí de la iglesia miré su esquina y por un instante le volví a ver, mirándome intensamente. Y yo le sonreí, y el me sonrió con sus enormes ojos verdes. Luego desapareció. A lo mejor era otro. O el efecto del sol del mediodía que me cegaba la cara. O fue sólo un sueño. Es mi asignatura pendiente, lo sé, y lo peor de todo es que no hay recuperación en septiembre.

4 comentarios:

Hank dijo...

Pero seguro que hay más asignaturas para aprobar en junio (irrecuperables en septiembre) si no idénticas, parecidas, o incluso más decisivas. Que no se te escapen, guapa.

Siempre al acecho,
Hank

Anónimo dijo...

Pues sí..., pero la profesora me tiene manía.
:(
Gracias por dejar tu sonrisa guapa.
Sinuosa

WaterLula Von Hooligan dijo...

Yo también me enamoré de un larguirucho hace muchos años. Y fíjate si era largo y rarito que le apodábamos E.T. ;)

http://salvajedecorazonyademasrara.blogspot.com/2008/10/ardis-hall-captulo-2-hi-hoo-silver.html

Un besso,

4ETNIS

Anónimo dijo...

Aysss, Lula, es que a mi los largiruchos me pierden...

Esta debilidad ya me viene de la más tierna infancia, de cuando aún ni siquiera sabía caminar. Me cuenta mi madre que si estaba en el regazoo de alguien y llegaba un hombre alto y me extendía los brazos yo me iba derechita hacia ellos aunque no lo conociera de nada. Y allí me quedaba, tan feliz, agarrada a mi chupete y mirando el mundo desde arriba.

En fin...

Bessin.

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